Uno de los miedos más comunes para el ser humano es la muerte, la propia o la de aquellos a los que amamos. Como la inevitable salida del sol por las mañanas, el ocaso de la existencia acecha los pensamientos de cada persona al menos una vez en la vida. Especialmente en una época posterior al confinamiento, no a la pandemia, en la que mantenerse con el corazón latiendo es un privilegio.
Le di muchas vueltas a lo que quería escribir en este texto, se supone que debería plasmar en él cierto aire de celebración para quienes como yo, forman parte de la comunidad LGBT+. Que debería hablar de esos pequeños, y aún insuficientes, logros que la lucha por los derechos de esta comunidad nos ha permitido alcanzar. Pero en un país dónde se mata por odio a quien es diferente, a quien siente diferente, creo que la mejor celebración debe ser el no olvidar.
No olvidar que no somos ciudadanos de segunda y que los derechos son para todos o no serán para ninguno.
No olvidar que no somos un mercado para lavar la conciencia de las empresas una vez al año.
No olvidar que el camino está plagado de voces que fueron silenciadas y que hoy, nos dan la posibilidad de gritar.
No olvidar que salir de la calle siendo nosotros mismos, no sólo es un acto de valor, es un acto político.
No olvidar que la mayor de las pandemias, la más peligrosa y la más silenciosa, es el odio.
No olvidar que como miembros de la comunidad LGBT+, el miedo a la muerte, la propia o la de quienes amamos, es mucho más latente, hiere en lo profundo y carcome de impotencia el alma.
No olvidar que existimos porque resistimos y que la resistencia sólo sucede cuando nos tomamos de la mano.
No olvidar que son Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas, Nuestros Derechos.
Feliz Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia.
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